
Hace algunos años se recordaba en Granada la historia de uno de sus lugares más emblemáticos, el que actualmente se conoce como Carmen de los Mártires. Este Carmen, situado muy cerca del recinto de la Alhambra es, por su bella edificación y los hermosísimos parajes que lo rodean, un espacio realmente evocador y querido para la ciudad.
Durante un tiempo fue residencia de los reyes de España don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia y contó, además, con presencias ilustres como las de José Zorrilla (que había sido “coronado” en el Palacio de Carlos V), Manuel de Falla, José María Rodríguez Acosta, Mariano Bertuchi, Fernando de los Ríos y Federico García Lorca entre otros. Pero el palacete y los jardines por los que pasearon estos personajes ceden relevancia ante la historia, mucho más antigua, del lugar donde luego sería emplazado el Carmen y de los poemas que allí escribió San Juan de la Cruz.
Situado en la colina sur de la Alhambra, fue llamado por los árabes del siglo XI campos Baúl y, por los cristianos corral de los cautivos, aunque más tarde se conocería como Campo de los Mártires, por los silos y mazmorras que allí se emplazaban y por las muertes de numerosos cristianos (según cuentan las crónicas de la época) que, como los frailes Juan de Cetina y Pedro Dueñas, allí fueron presos y degollados ya por el año 1397. Este Campo de los Mártires fue también el lugar en el que Boabdil, al que la historia adjudica el nombre de “el rey Chico”, entregó las llaves de la ciudad al Gran Cardenal Mendoza. Poco después, la reina Isabel la Católica fundó y mandó edificar allí una ermita. Esta sería la primera iglesia de Granada, puesta bajo la advocación de los Santos Mártires. Gracias a la intervención del Conde de Tendillas, la ermita sería luego entregada a la orden de los Carmelitas, y así es como el 20 de enero de 1582, llega a Granada como prior del convento de los Santos Mártires San Juan de la Cruz. Este será el momento en que el santo gozará de mayor fecundidad literaria. Sobre ellos escribió el padre fary Juan evangelista: “Yo he vivido y andado con nuestro santo padre fray Juan de la Cruz por más de nueve años en su compañía, y doy fe que le vi escribir en Granada casi todos los libros que compuso”. En Granada terminó de escribir el “Cántico espiritual”, que bullía incesantemente dentro de su cabeza durante los meses que estuvo preso en Toledo, y que comenzó a poner sobre papel en cuanto logró escapar de allí. Escribió también la “Subida al Monte Carmelo”, la “Noche Oscura” y la “Llama de amor viva”. Tras esta etapa en el convento de Granada, prácticamente abandonó la poesía.
Quiere la tradición que algunas de las descripciones de esa naturaleza en la que la esposa busca y se encuentra con el esposo (bellísima imagen del encuentro del alma con Dios), estén inspiradas en la proximidad de la Alhambra, así como en las frescas arboledas que rodean la fortaleza árabe y el mismo Campo de los Mártires. Escribió el poeta:
¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
Existe, además, un impresionante cedro al que popularmente se conoce como “cedro de San Juan de la Cruz” sobre el que Lafuente Alcántara dijo en 1843: “Junto al convento, del cual no quedará dentro de breves días sino memoria, descuella un cedro del Líbano, algunos opinan que a él y a las almenas que desde sus copas se descubren, son alusivas aquellas estrofas que San Juan de la Cruz puso en boca de la esposa al componer su canción de la Noche Oscura:
En mi pecho florido
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de los cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.”
El palacete de los Mártires fue construido en el solar que en su tiempo ocupó el convento (del que hoy no queda nada) pero aún, bajo los jardines franceses o al fuente del Felipe II, están los pasos de San Juan de la Cruz. Desde aquellos mismos lugares ya había escrito el poeta árabe Ibn Zamrrak: “Jamás vimos alcázar más excelso / de contornos más claros y espaciosos. / Jamás vimos jardín más floreciente / de cosecha más dulce y más aroma…”. Inmerso en aquel jardín fue que se entregó el santo a la contemplación de sus delicias, sintiendo en su interior el eco de la voz de la esposa, clamando en busca del esposo:
Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Durante un tiempo fue residencia de los reyes de España don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia y contó, además, con presencias ilustres como las de José Zorrilla (que había sido “coronado” en el Palacio de Carlos V), Manuel de Falla, José María Rodríguez Acosta, Mariano Bertuchi, Fernando de los Ríos y Federico García Lorca entre otros. Pero el palacete y los jardines por los que pasearon estos personajes ceden relevancia ante la historia, mucho más antigua, del lugar donde luego sería emplazado el Carmen y de los poemas que allí escribió San Juan de la Cruz.
Situado en la colina sur de la Alhambra, fue llamado por los árabes del siglo XI campos Baúl y, por los cristianos corral de los cautivos, aunque más tarde se conocería como Campo de los Mártires, por los silos y mazmorras que allí se emplazaban y por las muertes de numerosos cristianos (según cuentan las crónicas de la época) que, como los frailes Juan de Cetina y Pedro Dueñas, allí fueron presos y degollados ya por el año 1397. Este Campo de los Mártires fue también el lugar en el que Boabdil, al que la historia adjudica el nombre de “el rey Chico”, entregó las llaves de la ciudad al Gran Cardenal Mendoza. Poco después, la reina Isabel la Católica fundó y mandó edificar allí una ermita. Esta sería la primera iglesia de Granada, puesta bajo la advocación de los Santos Mártires. Gracias a la intervención del Conde de Tendillas, la ermita sería luego entregada a la orden de los Carmelitas, y así es como el 20 de enero de 1582, llega a Granada como prior del convento de los Santos Mártires San Juan de la Cruz. Este será el momento en que el santo gozará de mayor fecundidad literaria. Sobre ellos escribió el padre fary Juan evangelista: “Yo he vivido y andado con nuestro santo padre fray Juan de la Cruz por más de nueve años en su compañía, y doy fe que le vi escribir en Granada casi todos los libros que compuso”. En Granada terminó de escribir el “Cántico espiritual”, que bullía incesantemente dentro de su cabeza durante los meses que estuvo preso en Toledo, y que comenzó a poner sobre papel en cuanto logró escapar de allí. Escribió también la “Subida al Monte Carmelo”, la “Noche Oscura” y la “Llama de amor viva”. Tras esta etapa en el convento de Granada, prácticamente abandonó la poesía.
Quiere la tradición que algunas de las descripciones de esa naturaleza en la que la esposa busca y se encuentra con el esposo (bellísima imagen del encuentro del alma con Dios), estén inspiradas en la proximidad de la Alhambra, así como en las frescas arboledas que rodean la fortaleza árabe y el mismo Campo de los Mártires. Escribió el poeta:
¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
Existe, además, un impresionante cedro al que popularmente se conoce como “cedro de San Juan de la Cruz” sobre el que Lafuente Alcántara dijo en 1843: “Junto al convento, del cual no quedará dentro de breves días sino memoria, descuella un cedro del Líbano, algunos opinan que a él y a las almenas que desde sus copas se descubren, son alusivas aquellas estrofas que San Juan de la Cruz puso en boca de la esposa al componer su canción de la Noche Oscura:
En mi pecho florido
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de los cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.”
El palacete de los Mártires fue construido en el solar que en su tiempo ocupó el convento (del que hoy no queda nada) pero aún, bajo los jardines franceses o al fuente del Felipe II, están los pasos de San Juan de la Cruz. Desde aquellos mismos lugares ya había escrito el poeta árabe Ibn Zamrrak: “Jamás vimos alcázar más excelso / de contornos más claros y espaciosos. / Jamás vimos jardín más floreciente / de cosecha más dulce y más aroma…”. Inmerso en aquel jardín fue que se entregó el santo a la contemplación de sus delicias, sintiendo en su interior el eco de la voz de la esposa, clamando en busca del esposo:
Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
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