jueves, 25 de diciembre de 2008

San Juan de la Cruz, vida y poesía


Sobre la poesía de San Juan de la Cruz dijo Menéndez Pelayo: “Confieso que me infunde religioso terror al tocarlas, Por allí ha pasado el espíritu de Dios, hermoseándolo y santificándolo todo” y, realmente, esa es la impresión que tiene aquel que se acerca a su obra. Los estudiosos consideran que se trata de los poemas más dificultosos de la literatura española. “Incorrecto”, “sublime” y “completamente nuevo” es la visión que tiene Pi y Margall del santo. Jorge Guillén, al igual que Goytisolo o José Hierro, se quejan de l “exceso” de misterio de su poesía, y es que nos encontramos ante un autor completamente al margen de las concepciones artísticas de su tiempo. El mismo San Juan califica sus versos de “dislates” y dice que no podrán ser comprendidos cabalmente por él ni por sus lectores. Sus palabras resultan de esfuerzo por comunicar algo que, de por sí, resulta incomunicable, una experiencia espiritual concebida en pleno éxtasis místico, “lo que Dios comunica al alma […] es indecible”. Sin embargo, son ese lenguaje casi onírico y, quizá delirante, San Juan logra hacernos partícipes de su experiencia pero, para ello hay que seguir los consejos de J. Coll y Vehí, que dice que a San Juan hay que leerlo “con el corazón, más que con los ojos”.

Nacido en 1542, su nombre era Juan de Yepes y Álvarez. Su padre, Gonzalo de Yepes, provenía de una buena familia toledana de comerciantes y sederos pero, al casarse con Catalina Álvarez, una criadita de Fontiveros, fue no sólo desheredado, sino también desclasado por su familia. Resulta extraño este hecho, ya que el marido solía elevar a su condición social la de su esposa, no a la inversa, y es que parece ser que sobre Catalina pesaba la “infamia” de ser una morisca conversa. A partir del casamiento, Gonzalo y Catalina se ganaron la vida como tejedores de burato (oficio precisamente asociado a las minorías moriscas). Sus condiciones de vida no fueron buenas.
Tuvieron tres hijos: Francisco, Luis y Juan que, desde muy pequeños, sufrieron los estragos del hambre. Luis falleció siendo aún niño debido, probablemente a la desnutrición, y muchos expertos creen ver en el metro cuarenta y ocho centímetros que medía Juan, un efecto del raquitismo infantil. Cuando el padre murió, Catalina, sin conseguir ningún tipo de ayuda por parte de la familia de su esposo, prueba fortuna en Arévalo y en Medina del Campo, y es en esta última ciudad donde, afortunadamente, consigue colocar a Juan en calidad de huérfano en el colegio de la Doctrina Cristiana. Allí se ensayará en numerosos oficios, tales como carpintero, sastre, entallador o pintor. También servirá como mozo de enfermería en el Hospital de las Bubas (como se conocía por entonces el hospital de los sifilíticos). Ya en esta etapa infantil surgirán los primeros testimonios de su sensibilidad espiritual, relatando varias experiencias en las que afirma haber sido salvado por la Virgen de morir ahogado.
Gracias a una subvención del mismo hospital, comienza a cursar estudios de humanidades con los jesuitas de Medina, entre los 17 y los 21 años, teniendo ocasión entonces de estudiar los clásicos latinos. En 1563 ingresa en el convento de los Carmelitas con el nombre de Juan de Santo Matía. Será uno de los privilegiados que la orden envía a estudiar a Salamanca (la Salamanca de fray Luis de León, Gaspar de Gramal, Martínez Cantalapiedra y Juan Gallo), recibiendo así una de las educaciones más esmeradas de la época. Será en esos años cuando comience su fama de austeridad y de virtud. En 1567 ocurre un hecho importante. Fray Juan de Santo Matía, recién ordenado sacerdote, conoce a Santa Teresa de Jesús. Ésta consigue convencerlo para que la ayude a realizar la reforma espiritual del Carmelo. A partir de entonces pasará a llamarse fray Juan de la Cruz, pareciera que como adelanto de lo que iba a ser su vida. Preso de una espiritualidad exacerbada, con cierta frecuencia sufría dramáticas experiencias de éxtasis. Bernabé de Jesús habla de sus “artejos descalabrados”, refiriéndose a las lesiones de sus nudillos, con los que golpeaba constantemente la pared para poder volver a un estado normal de conciencia. Se testimonian también sus experiencias de levitación, la aparición sobre él de aureolas y resplandores, sanaciones milagrosas, dotes de clarividencia y, sobre todo, una sensatez a toda prueba.
Trabaja incansablemente en la reforma del Carmelo y funda numerosos conventos. Su espíritu reformista le granjeó numerosos amigos, pero también grandes enemigos, sobre todo entre los seguidores del iluminismo y el alumbradismo. En 1577 es hecho preso por los Calzados. Le incautan numerosos papeles y documentos, aunque él consigue destruir muchos de ellos tragándoselos. Es trasladado entonces a Toledo, donde estará encarcelado por espacio de nueve meses en una celda de seis pies por diez. Tal vez fue esta una de las experiencias más terribles para Juan de la Cruz. Con objeto de que abjurara de la Reforma, los hermanos Calzados lo sometieron a numerosas vejaciones y malos tratos. Durante la primera etapa de su cautiverio le impedían cambiarse de ropa, que se le iba pudriendo sobre una espalda ensangrentada por los latigazos. Lo alimentaban sólo de pan y agua (y ocasionalmente alguna sardina), apenas le cambiaban el cubo en el que hacía sus necesidades y acaba enfermando de disentería. Aislado totalmente, comienza a sentir el peso de las dudas y de la culpabilidad. Es en esos momentos de dura prisión cuando nacen en su mente los primeros versos del “Cántico espiritual”, que recita de rodillas y a gritos en la soledad de su celda. A pesar de su pésima condición física consigue finalmente idear y llevar a cabo una fuga, logrando refugiarse en un convento reformado, donde lo primero que hace es comenzar a dictar los primeros versos del “Cántico”. Cuando se recupera, continúa su labro y sigue fundando conventos, ahora por toda Andalucía. En 1582 entra como prior en el convento de los Santos Mártires de Granada, donde termina de escribir el “Cántico”, escribe la “Subida del Monte Carmelo”, la “Noche oscura” y la “Llama de amor viva”.
Dentro de la misma Reforma se producen disensiones que volverán a atacar cruelmente a fray Juan de la Cruz. A través de graves coacciones se consiguen testimonios que ponen en entredicho la integridad de la conducta moral de Juan. Esta acusación resultaba realmente peligrosa, ya que podían usar las imágenes espirituales del “Cantico” y de la “Noche oscura” como manifestaciones de erotismo, apoyándose además en la arriesgada proximidad del “Cántico espiritual” al “Cantar de los cantares” (especialmente peligroso después del Concilio de Trento). Todo esto se le hace muy penoso a Juan, no solo por tener que defenderse de esas acusaciones (que acabaron por no resultar convincentes), sino por verse humillado por sus propios hermanos de hábito. Amargamente Juan expresará entonces: “cuando estoy entre piedras tengo menos que tropezar que cuando estoy entre hombres”.
Las dificultades acompañarán a fray Juan de la Cruz hasta los últimos momentos de su vida. En La Peñuela enferma a causa de una inflamación en el pie derecho y acude a Úbeda a curarse. Allí, el prior del convento lo trata con extrema severidad, y la infección inicial se convierte en una septicemia con dolorosas consecuencias. En la noche del 14 de diciembre de 1591 los frailes, rodeando su cama, portan velas encendidas y comienzan a entonar el “Miserere”, pero Juan, ya moribundo, le pide a sus hermanos que en lugar de las oraciones agonizantes le regalen con los versos de el “Cantar de los cantares”, aquellos que tanto amara y que le sirviesen de inspiración para componer su “Cántico espiritual”. ¡Qué preciosas margaritas!, exclama arrobado por la belleza de aquellos versos, antes de anunciar que a las doce irá a cantar maitines al cielo. Precisamente, cuando las campanas tocan la medianoche, fray Juan de la Cruz, nacido Juan de Yepes y Álvarez, fallece.


SU OBRA Y LA POESÍA ORIENTAL

Dice López-Baralt: “…aún no hemos terminado de comprender su obra, pero tampoco de hacernos cargo de su vida, misteriosa y triste noche oscura que sólo a veces recibió el consuelo –esto sí, abismalmente completo- de la fuente luminosa “que mana y corre”. La singularidad de su obra está sin duda en su excelente calidad estética. Los constantes y delirantes quiebros de su poesía dibujan con increíble maestría, no sólo imágenes de naturalezas vivas y exultantes, plenas de amorosa pasión, sino que son capaces de sumergirnos en la idealidad del sentimiento místico, donde las aparentes contradicciones de significado y forma acrecientan la etérea sensación de estar viajando a vuelo, sobre los misteriosos rincones del espíritu. A todo esto hay que sumarle el desconcierto que produce el comprobar que no se trata de poemas elaborados siguiendo los cánones de la métrica, sino que “explotan” desde la pluma del poeta, derramando en el papel todo el sentimiento de su experiencia espiritual, que él mismo no acierta a comprender. De hecho, escribe luego una “prosa aclaratoria” en la que intenta explicar el significado de sus versos, pero estas aclaraciones resultan tan enigmáticas y confusas como los propios poemas.
La poesía de San Juan de la Cruz no se parece a ninguna otra poesía de su época en el mundo cristiano, pero tiene una cercanía sobrecogedora con la poesía oriental. Él mismo, en un prólogo al “Cántico espiritual” dice, sobre las semejanzas y comparaciones con que se expresa en sus poemas que: “no leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos en razón, según es de ver en los divinos Cantares de Salomón y en otros libros de la Escritura divina donde, no pudiendo el Espíritu Santo dar a entender la abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, habla misterios en extrañas figuras y semejanzas”. Precisamente será en el “Cantar de los Cantares” donde San Juan admita haber aprendido su “poética del delirio”. Así, dice el esposo en los versos de Salomón:

Os conjuro, hijas de Jerusalén
(por las gacelas y ciervas)
que no despertéis ni inquietéis a mi amada
hasta que a ella le plazca.

Yo te desperté debajo del manzano,
allí donde te concibió tu madre,
donde te concibió la que te engendró
.

Mientras que San Juan escribe:

Por las amenas liras
y canto de sirenas os conjuro
que cesen vuestras iras,
y no toquéis al muro,
porque la Esposa duerma más seguro.

Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste desposada,
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.

Sin duda oriental, y más concretamente semítica, es toda la concepción simbólica del “Cántico espiritual”. San Juan hereda la tradición del libro atribuido al rey Salomón, de las jarchas y de la poesía árabe popular. Luce López-baralt describe esa influencia semítica (con la que posiblemente tomó contacto San Juan en Salamanca, de la mano de los hebraístas fray Luis de León o Cantalapiedra) como: “la frecuente incoherencia verbal; el fragmentarismo borroso de un argumento que nunca acabamos de comprender; los cambios abruptos de espacio; la incongruencia de los tiempos verbales y los desplazamientos temporales injustificados; las imágenes desconcertantes; la fuerte ambientación oriental, el erotismo encendido de los amantes que se celebran mutuamente con unas libertades eróticas que hubieran dejado perplejos a los neoplatónicos Tetrarca o Gracilaso”. Todos estos elementos, propios de la poesía semita, los vamos a encontrar también presentes en el “Intérprete de los deseos” de Ibn Arabí, el mistico árabe nacido en Murcia en 1164, y sobre el que muchos estudiosos especulan si no pudo estar en alguna ocasión en manos de San Juan de la Cruz, ya que sorprende descubrir en el “Cántico” ciertas similitudes con esta obra de Ibn Arabí, aunque esto podría deberse también al hecho de que ambos experimentaron con gran intensidad la experiencia mística del amor divino (tema sobre el que habla extensamente el filósofo y poeta murciano en sus obrar). Encontramos estos versos en “El intérprete de los deseos”:

Cuántas veces desmontaban en campiña yerma y solitaria, / acampaban y extendían sus alfombras / la convertían en jardín frondoso y florecido, / cuando antes sólo era desolada aridez.

Bebe las primicias de su vino con su embriaguez / y goza del cantar que allí se dice…

Hablo a las palomas que arrullan en el boscaje / entre las ramas, con variados tonos de dolor, / y sin lágrimas lloran por su amante, / mientras lágrimas de tristeza manan de mis ojos. / Y pregunto con mis ojos abundantes / de llanto que delata mi sentir: / ¿sabes algo de la que amo? / ¿ha reposado al mediodía a la sombra de tus ramas?

Mientras que en la obra de San Juan lo encontramos así:

Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura, / y, yéndolos mirando, / con sólo su figura / vestidos los dejó de su hermosura.

En la interior bodega /de mi Amado bebí, y cuando salía / por toda aquesta vega, / ya cosa no sabía; / y el ganado perdí que antes seguía. Allí me dio su pecho, / allí me enseñó ciencia muy sabrosa / y yo le di de hecho / a mi sin dejar cosa; / allí le prometí de ser su Esposa.

Oh bosques y espesuras, / plantadas por la mano del Amado! / ¡Oh prado de verduras, / de flores esmaltado! / Decid si por vosotros ha pasado.

Las influencias orientales en la poesía de San Juan de la Cruz sólo nos hablan de la intensidad de su vivencia espiritual, incapaz de eliminar de su expresión todo aquello que le pudiese servir para “traducir” ese “lenguaje de Dios”, que decía haber escuchado en el interior de su alma. Apunta López-Baralt que San Juan es posiblemente el único poeta occidental en urdir un lenguaje de sentidos potencialmente infinitos: el único capaz de acercarse a la traducción de su encuentro con el Absoluto. Ese encuentro, fruto de una desesperada búsqueda espiritual, nos deja la indeleble huella del Amor Divino, impresa a fuego en unos poemas que delatan, sin duda, esa identificación final del amante con el objeto de su amor: Oh noche que juntaste / Amado con amada /amada en el Amado transformada, por ser esta la suprema perfección del alma, a la que San Juan y tantos otros aspiraban.

San Juan de la Cruz en Granada: La poesía del espíritu en el Campo de los Mártires


Hace algunos años se recordaba en Granada la historia de uno de sus lugares más emblemáticos, el que actualmente se conoce como Carmen de los Mártires. Este Carmen, situado muy cerca del recinto de la Alhambra es, por su bella edificación y los hermosísimos parajes que lo rodean, un espacio realmente evocador y querido para la ciudad.
Durante un tiempo fue residencia de los reyes de España don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia y contó, además, con presencias ilustres como las de José Zorrilla (que había sido “coronado” en el Palacio de Carlos V), Manuel de Falla, José María Rodríguez Acosta, Mariano Bertuchi, Fernando de los Ríos y Federico García Lorca entre otros. Pero el palacete y los jardines por los que pasearon estos personajes ceden relevancia ante la historia, mucho más antigua, del lugar donde luego sería emplazado el Carmen y de los poemas que allí escribió San Juan de la Cruz.
Situado en la colina sur de la Alhambra, fue llamado por los árabes del siglo XI campos Baúl y, por los cristianos corral de los cautivos, aunque más tarde se conocería como Campo de los Mártires, por los silos y mazmorras que allí se emplazaban y por las muertes de numerosos cristianos (según cuentan las crónicas de la época) que, como los frailes Juan de Cetina y Pedro Dueñas, allí fueron presos y degollados ya por el año 1397. Este Campo de los Mártires fue también el lugar en el que Boabdil, al que la historia adjudica el nombre de “el rey Chico”, entregó las llaves de la ciudad al Gran Cardenal Mendoza. Poco después, la reina Isabel la Católica fundó y mandó edificar allí una ermita. Esta sería la primera iglesia de Granada, puesta bajo la advocación de los Santos Mártires. Gracias a la intervención del Conde de Tendillas, la ermita sería luego entregada a la orden de los Carmelitas, y así es como el 20 de enero de 1582, llega a Granada como prior del convento de los Santos Mártires San Juan de la Cruz. Este será el momento en que el santo gozará de mayor fecundidad literaria. Sobre ellos escribió el padre fary Juan evangelista: “Yo he vivido y andado con nuestro santo padre fray Juan de la Cruz por más de nueve años en su compañía, y doy fe que le vi escribir en Granada casi todos los libros que compuso”. En Granada terminó de escribir el “Cántico espiritual”, que bullía incesantemente dentro de su cabeza durante los meses que estuvo preso en Toledo, y que comenzó a poner sobre papel en cuanto logró escapar de allí. Escribió también la “Subida al Monte Carmelo”, la “Noche Oscura” y la “Llama de amor viva”. Tras esta etapa en el convento de Granada, prácticamente abandonó la poesía.
Quiere la tradición que algunas de las descripciones de esa naturaleza en la que la esposa busca y se encuentra con el esposo (bellísima imagen del encuentro del alma con Dios), estén inspiradas en la proximidad de la Alhambra, así como en las frescas arboledas que rodean la fortaleza árabe y el mismo Campo de los Mártires. Escribió el poeta:

¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.

Existe, además, un impresionante cedro al que popularmente se conoce como “cedro de San Juan de la Cruz” sobre el que Lafuente Alcántara dijo en 1843: “Junto al convento, del cual no quedará dentro de breves días sino memoria, descuella un cedro del Líbano, algunos opinan que a él y a las almenas que desde sus copas se descubren, son alusivas aquellas estrofas que San Juan de la Cruz puso en boca de la esposa al componer su canción de la Noche Oscura:

En mi pecho florido
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de los cedros aire daba.

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.”

El palacete de los Mártires fue construido en el solar que en su tiempo ocupó el convento (del que hoy no queda nada) pero aún, bajo los jardines franceses o al fuente del Felipe II, están los pasos de San Juan de la Cruz. Desde aquellos mismos lugares ya había escrito el poeta árabe Ibn Zamrrak: “Jamás vimos alcázar más excelso / de contornos más claros y espaciosos. / Jamás vimos jardín más floreciente / de cosecha más dulce y más aroma…”. Inmerso en aquel jardín fue que se entregó el santo a la contemplación de sus delicias, sintiendo en su interior el eco de la voz de la esposa, clamando en busca del esposo:

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Alonso Cano, descubriendo a un genio atemporal


Hace unos años tuve la suerte de que la revista para la que colaboraba me encargara un artículo sobre Alonso Cano, en un momento en el que se celebraban en varias ciudades de España, exposiciones conmemorativas de la obra del pintor. Rescato este artículo que, me consta, circula desde hace tiempo por Internet gracias a la licencia Creative Commons de la revista, por lo que para algunos puede que no resulte ser nuevo.

Alonso Cano es uno de los creadores más significativos del Siglo de Oro español. Fue uno de los artistas más admirados de su tiempo. Supo como nadie aplicar la intelectualidad y la idea interior clasicista en todas las facetas de su arte, motivo por el que se le ha considerado como el “Miguel Ángel español”, ya que manejaba disciplinas tales como la pintura, la escultura, el dibujo, el grabado, la proyección arquitectónica o el diseño de mobiliario y ornamentos religiosos, y logró en todas ellas una extraordinaria calidad estética.

APUNTES BIOGRÁFICOS

Existe una suerte de leyenda en torno a la figura de Alonso Cano, debida principalmente a la obra de Antonio Acisclo Palomino, escrita en 1724 (58 años después de su muerte) y que lleva por título “Parnaso español pintoresco y laureado”. En ella se describía a un Cano violento y pendenciero, tan aficionado a la espada como a los pinceles, que fue tomado preso en alguna ocasión, protagonista de un improbable duelo con el también pintor Sebastián Llanos y Valdés y cruel instigador del asesinato de su segunda esposa. Algunas de las anécdotas narradas por Palomino tienen una base histórica, pero el tono folletinesco que usa el escritor en lo tocante a la vida y el carácter del artista creó un mito que difícilmente se extinguirá del todo, y de hecho sirvió de base para hacer de Cano el “héroe” de algunos dramas teatrales del siglo XIX, por lo que, a pesar de existir fuentes más cercanas al artista que desmentían los puntos más melodramáticos de la historia de Palomino, prevaleció esta versión en el recuerdo de las gentes. Un estudio serio y en profundidad de la vida y obra de Alonso Cano nos van a dibujar un retrato bien distinto.

Nació en Granada en 1601. Su padre, Miguel Cano, era un prestigioso ensamblador de retablos de origen manchego. Junto a él Alonso aprendió sus primeras nociones de dibujo arquitectónico y de talla en madera y muy pronto comenzó a descubrirse su enorme talento. Ese fue uno de los motivos por los cuales su padre tomó la decisión de trasladarse con toda su familia a Sevilla, que por aquel entonces era el principal centro artístico de España. Así es como pasa Alonso a ser discípulo de Francisco Pacheco a la edad de 15 años. Esta condición se obtenía mediante un contrato notarial entre el padre del alumno y el maestro en el que, a cambio de un pago acordado, entraba al taller en calidad de interno, siendo, a partir de entonces y ante la ley, responsable este último de los cuidados, manutención y aprendizaje del joven.

El taller de Pacheco, que en palabras de Palomino era “cárcel dorada del arte, academia y escuela de los mayores ingenios de Sevilla”, no fue para Alonso solamente una escuela de pintores. Allí fue donde conoció a Diego de Velázquez, con quien trabó una fuerte amistad que duraría toda su vida. La influencia manierista de su maestro en las primeras pinturas de Cano es tan evidente que no se puede pensar que tuviese con él el corto aprendizaje de los escasos 8 meses que pasó interno en el taller. En 1624, dos años antes de obtener el título de Maestro Pintor, realiza su primer cuadro, un San Francisco de Borja con la inconfundible huella de Pacheco.
A partir de entonces la vida de Cano estará llena de triunfos, pero también de los trágicos sucesos que tanto adornó luego Palomino.

En 1627 muere (parece ser que de parto), su primera esposa, María de Figueroa. Volvió a casarse en 1631, esta vez con Magdalena de Uceda, de tan sólo 13 años. En 1638 concluye su etapa sevillana, pleno de éxitos por su excelente actividad como retablista, pintor y escultor (disciplina esta última en la que seguramente fue discípulo de Martínez Montañés.) Es casi seguro que su amigo Velázquez jugó un papel muy importante en la decisión de marchar con su esposa a Madrid, y que influyese en la decisión del poderoso Conde Duque de Olivares al elegir a Cano para los proyectos artísticos reales. La obra más importante de aquellos primeros años en Madrid fue sin duda el Milagro del Pozo, pintado para el retablo de la Iglesia de Santa María hacia 1641. Felipe IV se trasladó al templo para contemplar por sí mismo la obra, plena de matices e innovaciones que también cautivaron al monarca.

Realizó numerosos encargos para el rey, entre ellos la restauración de las obras dañadas en el terrible incendio del Alcázar de 1640 así como su posible labor de instructor de pintura del príncipe Baltasar Carlos.

En 1644 un trágico suceso marcará un antes y un después en la vida de Alonso Cano. Su esposa fue brutalmente asesinada y a él lo consideraron sospechoso de haber inducido el crimen. Fue hecho preso y sometido a torturas, aunque por su condición de artista se le protegiese debidamente el brazo derecho. Tan sólo cuatro días después fue declarada su inocencia y liberado. Después de esto pasó un tiempo en el monasterio valenciano de Portacoeli. Allí dejó algunas obras y regresó luego a Madrid.

La firma del contrato para los dos retablos de Getafe el 20 de septiembre de 1645 marcará la etapa más fértil e intensa de Alonso Cano como pintor en la corte, consolidando su estilo único, fruto sin duda de su temperamento inconformista hasta la intransigencia, pero dotado de un eclecticismo y madurez extraordinarios, con una marcada influencia de los maestros venecianos, que le valió la admiración de numerosos artistas de su tiempo. La estética de Alonso Cano llegó a crear una importante Escuela de la que luego beberían artistas como Pedro de Moya, Antonio Martínez Bustos o Pedro Atanasio Bocanegra.

En 1652, en pleno apogeo de su obra y cuando su éxito personal era mayor en Madrid, decide marcharse de la corte. Parece ser que le guiaba una voluntad de retirarse movida por la dura experiencia que supuso para él el asesinato de su segunda esposa, y puede que también por una tardía y particular vocación religiosa. El caso es que solicitó al rey la prebenda de ocupar una plaza vacante como racionero de la catedral de Granada. Para ocupar este puesto era preciso que Cano se ordenase sacerdote, pero el cabildo, resentido por anteriores percances con el artista, retrasaba continuamente su ordenación, declarando vacante la plaza en 1656. Cano viajó a Madrid para exponer sus quejas al rey y poco después logró ser ordenado por el obispo de Salamanca. Felipe IV ordena entonces, con el consiguiente malestar de las autoridades religiosas granadinas, la restitución de su cargo y la obligación de pagarle todos los atrasos desde que comenzó su pleito con el cabildo catedralicio, tras lo cual Cano regresa triunfante a Granada. Allí realizaría importantes trabajos, tales como un impresionante conjunto de cuadros sobre la vida de la Virgen y el diseño de la fachada de la Catedral en mayo de 1667, hecho este último que hizo que le nombraran maestro mayor, pero su muerte, el 3 de octubre de 1667, le impidió ver siquiera el comienzo de las obras. Fue José Granados de la Barrera quien siguiera fielmente el proyecto de Cano para el levantamiento de la magnífica fachada que éste ideó.

EL ESPÍRITU DE CANO

Alonso Cano tiene esa rara cualidad de sorprender. Lo hizo en su época y aún hoy continúa haciéndolo, tanto por su obra como por su persona.

El carácter novelesco de Cano que trasmitió Palomino no concuerda en absoluto con la idea que otros artistas (en concreto Lázaro Díaz del Valle y Jusepe Martínez), que sí le conocieron, dieron de él.

Son muchas las anécdotas de la vida del artista que pueden darnos una idea de su auténtico carácter. Entre otras cosas se menciona la largueza con la que se conducía Cano en su vida, poniendo siempre el prestigio por encima del dinero.

También era muy conocida la despreocupación que tenía acerca del gasto del dinero, puesto que era por encima de todo un artista consciente del valor de su genio y que no concebía límites de ninguna clase para la realización de una obra que transcendía lo puramente manual. De hecho fueron sus deudas las que le llevaron a la cárcel en alguna ocasión. A pesar de esto solía acudir a las testamentarías de otros artistas o a las almonedas para conseguir libros interesantes para la ejecución de algún proyecto, grabados y dibujos en los que solía buscar inspiración, al tiempo que recrearse en ellos. Desde luego el testamento de Cano ratifica su dejadez de los asuntos económicos. Eran tales sus deudas y tan pocos sus bienes que no le fue posible encargar misas por su alma. El rencor de los canónigos hizo que no consintiesen organizar los funerales públicos que merecía, a pesar de lo cual no pudieron evitar el derecho que le asistía como racionero a ser enterrado en la cripta de la Catedral.

Sobre la gran habilidad de Cano como dibujante y su fama de espíritu caritativo, Palomino entre otros cita lo siguiente: “solía suceder muy de ordinario encontrar algún pobre necesitado y habiéndosele ya apurado el dinero que para este fin llevaba, se entraba en una tienda y pedía un papelillo y recado de escribir, y le dibujaba con la pluma alguna figura o cabeza o cosa semejante, como tarjeta u adorno de arquitectura, y le decía al pobre: Vaya a casa de Fulano (donde sabía que lo habían de estimar) y dígale que le dé tanto por este dibujo: Con que usando de este medio nunca le faltaba que dar y tuvo tal facilidad en dibujar cualquier cosa que dejó innumerables dibujos de que no tengo yo la menor parte”.

Existe una tradición granadina no recogida por Palomino según la cual, después de pintar un gran cuadro sobre La Trinidad para la Cartuja y ver que los monjes le regateaban el precio que pedía por el lienzo, Cano se lo regaló a los frailes del convento de San Diego, pidiendo sólo como pago un plato de chanfaina (asadura condimentada).

Cano no dudaba en recurrir a todo tipo de tratados, ya fuesen de arquitectura, viajes, biografías, matemáticas, geometría, perspectiva, astronomía, astrología, religión o arte como asesoramiento para realizar sus obras.

Tenemos que considerar tanto su habilidad manual en las diversas disciplinas en las que trabajó como las licencias que se permitía en sus composiciones. Por lo general Cano acataba las disposiciones de la Inquisición en cuanto a las representaciones artísticas. La Iglesia Católica se encargó de marcar toda la simbología correspondiente a cada imagen religiosa, sin dudar en absoluto en aceptar versiones apócrifas siempre y cuando pudiesen apoyar con ello las ideas contrarreformistas. Pero en otras ocasiones Cano marcaba e imponía sus propios criterios. Así, por ejemplo, la Iglesia no veía con buenos ojos el que se pintara totalmente desnudo al niño Jesús, a pesar de lo cual Cano lo hacía, y las autoridades eclesiásticas no tuvieron más remedio que transigir. Cano no se atuvo nunca a los convencionalismos estéticos. Admiraba las obras renacentistas, pero imprimió su propio estilo y su personal interpretación del Arte. No dudaba tampoco en usar modelos barrocos y por ello su obra es ejemplo de eclecticismo.

Su vida estuvo consagrada por entero a su arte. Jusepe Martínez reprochó, pero también admiró, de alguna manera, esa capacidad de “ocio creativo” que tenía Cano cuando dijo “...hízome lástima el verlo tan poco aficionado al trabajo, no porque fuese muy liberal en él, sino que su deleite y gusto era gastar lo más del tiempo en discutir sobre la pintura”. Y lo cierto es que su obra, en el decir de Orozco, revela el haber sido lenta y hondamente pensada y apresuradamente realizada.

Felipe IV, en respuesta a los diputados del Cabildo de la Catedral que acusaban a Cano de ser “hombre puramente lego e idiota”, dijo: Andad, que hombres como vosotros los puedo yo hacer; hombres como Alonso Cano, sólo Dios los hace.

viernes, 22 de agosto de 2008

Las buenas noticias no son noticia

Sí, esta será una reflexión más motivada por la avalancha de reflexiones, opiniones, noticias, vídeos, fotos, cagadas y empacho de amarillismo en general que hemos vivido en España desde el momento del accidente del avión de Spanair. Pero mi reflexión no va para poner verdes a los medios ávidos de audiencia (como lleva haciendo el 90 % de la población mientras devora las imágenes de los fallecidos), ni a la sed de morbo de la población que alimenta a los medios, ni a los que no siendo medios podrían equipararse a esos animales que se nutren de los despojos de otros y, así, a la sombra del hecho evidente de que se trata de una noticia de gran relevancia, medran los programas sensacionalistas que, en ausencia de famosillos a los que destapar o achacar miserias, van a la caza de familiares, amigos o testigos que ahonden aún más en la llaga para expandir hasta el infinito un dolor que ya de por sí es infinito. Y más aún haciendo carnaza con especulaciones y acusaciones, que siembran dudas y hacen crecer la indignación donde, hasta que no se investigue y se revelen los datos de la investigación oficial, no hay nada más que ignorancia.

Como decía, aunque la gran tristeza por el accidente y la vergüenza por la exhibición pública de nuestra avidez de sangre es muy grande en muchos sectores de la población, no es esa la reflexión que quiero hacer.

Hoy mismo, en http://www.meneame.net/, entre decenas de noticias de diversa índole pero relacionadas con el accidente, y entre muchas más muy variadas, me llamó la atención una: La creación de una web para optimistas constructivos (http://www.elmundo.es/elmundo/2008/08/19/solidaridad/1219164259.html). Pero sobre todo me dio pena. Pena porque tiene todas las papeletas para no comerse un rosco. Tanto es así que la noticia apenas recibió meneos, 22 en concreto, y agoniza entre comentarios irónicos que acusan que algo así será como vivir en el limbo, fuera de la realidad, ya que se trata de la creación de una web donde sólo se pondrán noticias positivas, optimistas y que den un poco de sentido al mundo.

En el mismo espacio de tiempo, dentro de Meneame (es sólo un ejemplo, me consta que en muchos más foros era exactamente igual), la gente ponía el grito en el cielo pidiendo comprensión y quejándose de lo mucho que disfrutamos con las malas noticias, cuanto más sangrientas y desagradables mejor y, sin embargo, se reían de un espacio que anunciaba públicamente que buscaba favorecer un cambio de mentalidad en la sociedad y dar una “salida constructiva” (http://www.noticiaspositivas.net/).

Sinceramente, puede que la web sea un poco ñoña, puede que detrás esté la iglesia, los raticulines, los primos de “Amo a Laura” o sólo un grupo de gente que, harto de verdad de que las aperturas de los telediarios busquen el impacto a la boca y a los ojos de los hechos más brutales del día, quieren demostrar que el mundo no es un sitio tan horrible como parece continuamente que es. Me da igual quién lo haya hecho. Sea quien sea quien esté detrás de la página y cómo la plasmen al final, la idea debería cundir, debería tener éxito, debería…

No creo que sea salirse de la realidad ni vivir en el mundo de los ponis de colores ni del algodón de azúcar, igual que no creo que el ser humano sea asesino, torturador, violador, pederasta, estafador, abusador, especulador, extremista, machista, racista, etc. Pero es evidente que la balanza está muy, pero que muy desequilibrada, porque una buena acción no es noticia a menos que sea verano, se emita en un telediario de La 2 en hora de baja audiencia o la buena acción le cueste la vida al benefactor. La realidad es que hay miles de cosas que merecen la pena ser conocidas y no lo son porque a la hora de decidir qué vende más, qué le gusta más a la gente, los criterios están muy claros. La información no es un servicio, es un negocio. Y no busca formar al público, ni mostrar valores ni nada por el estilo. No es una denuncia ni una acusación, es una realidad. Y real es también que mientras las personas no tengan interés en cambiar sus intereses de noticias, eso será lo que sigamos viendo en televisión, porque nadie nos obliga a darle al botón y dejar de hacer zaping cuando damos con algo que nos interesa.

Como digo, las buenas noticias no son noticia, y me cuesta creer que cada día, en todo el mundo, la inmensa mayoría de los hechos que ocurren sean tan monstruosos. Hay buenas noticias, hay buenas acciones, hay logros pacíficos, hay historias de superación, hay miedos que se vencen y personas que, con su ejemplo y valentía, inspiran a otros a luchar sin sangre por lo que es justo. Sin embargo, cuando algo de esto llega a los medios, es para tratarlo como un hecho anecdótico, al que no se le da el seguimiento que se presta al resto de las cosas. Que no salga en los medios no hace que no sea real, sólo lo hace invisible.

Que se cree un espacio para que se puedan conocer estas cosas me parece una de las ideas más humanas y sensatas que se pueden tener. No es crear un mundo de fantasía donde refugiarse de la maldad del mundo. No es taparse los ojos, sino abrirlos, porque en medio del empacho general de muerte y sangre, también hay vida, mucha vida, y tenerlo presente puede que nos ayude a tener menos miedo. Y ver lo bueno, ¿no podría hacernos buscar lo bueno?

domingo, 27 de julio de 2008

Bamberg: un paseo por el medioevo

Hace unas semanas tuve que hacer un viaje de trabajo. Un grupo de medios íbamos a un pueblucho en el quinto pino, en mitad de Alemania, a visitar una planta de reciclado. El viaje en avión desde Madrid a Munich fueron dos horas, y dos y pico largas en autobús desde el aeropuerto al pueblo donde estaba la planta. La visita a la planta, con charla de la empresa, charla del director de la planta y visita a las instalaciones, fueron otras dos horitas. El pueblo en sí no era ninguna maravilla, más bien feucho, pero el lugar donde nos íbamos a alojar, a unos kilómetros de allí, era una maravilla: Bamberg.



Se trata de una pequeña ciudad alemana, perteneciente a la zona de Bavaria, aunque el guía nos explicó que la gente de Bamberg se considera pertenecientes a la Francuña. Curiosamente, es una ciudad fundamentalmente católica. Fue sede de un importante núcleo episcopal, y hubo alguna que otra desavenencia con los ciudadanos de Bamberg, a causa de que la ciudad episcopal pasó mucho tiempo sin pagar impuestos y es, a los ciudadanos, como que no les hacía gracia.



Bamberg es una ciudad medieval, según el guía que nos acompañó en la visita, la única que se mantiene prácticamente intacta en Alemania, razón por la cual, la UNESCO la ha declarado Patrimonio de la Humanidad. Además, por uno de esos exraños caprichos del destino, durante la época de la Peste, la enfermedad no atacó la ciudad, y apenas fue dañada durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Lo que se ve, al pasear por sus calles, es prácticamente lo mismo que veían los ciudadanos de Bamberg hace más de 1.000 años.



Su catedral es famosa, entre muchas cosas, por albergar la estatua del Caballero de Bamberg, una escultura que representa a un caballero a caballo desconocido, pero que está "coronado" por una representación de la Jerusalén celeste, con la que se señalaba a los santos. Junto a la catedral hay un recito, en el que actualmente se celebra en verano un certamen de teatro (llamado Calderón en homenaje a Calderón de la Barca), justo en el lugar donde antiguamente se ajusticiaba a las brujas. Nos contó el guía que, en un momento en que la población de Bamberg era de 15.000 habitantes, se llegó a quemar a 1.500 brujas.




Muy curiosa fue la relación de las iglesias con las cervecerías y las panaderías. Bueno, pues en una extensión de cinco kilómetros cuadrados (creo recordar), hay más de 50 iglesias. Pero es preceptivo que junto a cada iglesia haya una cervecería (aunque también podría ser al revés). Y es recomendable que junto a cada cervecería haya una panadería. La razón para esto es que, cada cervecería no es sólo un despacho de cerveza. En Bamberg, que para más señas es el principal consumidor de cerveza de Alemania, las cervecerías no exportan, no venden al exterior. Fabrican ellos mismo la cerveza que se destina al consumo en el bar. El caso es que descbrieron que la levadura del pan, al estar un local situado al lado del otro, favorecía el proceso de fementación de la cerveza. En concreto hay una cervecería, llamada "Schlenkerla", que aún sigue elaborando la cerveza de la misma manera que hace siglos, y ahumando el cereal con leña. Es una cerveza oscura que huele y sabe a humo, a chimenea, realmente deliciosa (puedo dar fe) y que no se sirve en cantidades menores de 1/2 litro.




Es realmente interesante encontrar una ciudad que todavía conserva la estructura gremial de antaño. Cada "barrio", por así decirlo, pertenecía a un gremio. A lo largo del río se conservan las casas, y algunos de los molinos que conformaban el gremio de los molineros. en su momento de mayor esplendor llegaron a ser casi 50, lo que denota la importancia tanto de la producción de grano como de la ciudad en sí.
A lo largo del río se encuentran las casas del gremio de los pescadores, que aún hoy día sigue activo, y compiten al modo antiguo, incluso contra otras ciudades europeas, en una forma de "lucha" que tenía lugar de pie, desde una barca, armados con un lanzón de punta roma. Evidentemente ganaba el que se mantenía sobre la barca y conseguía echar al agua al contrincate.




Actualmente también mantienen sus privilegios y ubicación los miembros del gremio de los hortelanos. Bamberg cuenta con una importante zona de huertos, que se cultivan de forma artesanal y que dan unos frutos realmente excepcionales. Los hortelanos mantienen la prerrogativa de vender sus hortalizas y frutas en el mercado de Bamberg, en mitad de una céntrica plaza pública. Sabes lo buenos que son esos productos cuando pruebas uno de sus tomates, y recuerdas al momento el sabor y el olor de un tomate de verdad.









miércoles, 2 de julio de 2008

Piensa mal...

Todos tienen su corazoncito



Indudablemente. Cuando una piensa que ya ha visto de todo, entra en el metro y se sorprende. Pues eso, que iba en el metro esta mañana, así en mis cosas (vamos, jugando con la HTC), cuando entra un tipo que parecía que se había quedado dormido encima de los fotogramas de una película gore: tatuado de arriba abajo con imágenes de miembros arrancados, demonios antropófagos y gente torturada entre otras interesantes estampas, todo ello aderezado con una más que generosa cantidad de sangre por aquí y por allá. Además de una negra camiseta bastante freek y una perilla, igualmente negra y bastante larga. Hasta ahí la cosa tampoco es tan rara, si no fuera porque iba empujando un carrito de bebé en el que asomaba una dulce y tierna criatura de rizos dorados y vestidito de flores, que parecía sentir una especial predilección por la gorra de… ¿papá? Viendo como aquellos bíceps con estampas salidas del túnel del terror mecía a aquella niñita, no se me ocurriría ponerlo en duda.
Hasta aquí un hecho curioso de los que te hacen pensar en los prejuicios y esas cosas. Pero hay algo más.
Unas pocas estaciones después, entra en el vagón un pedazo de tío de esos que cuando ves venir por la calle te dan ganas de cambiarte de acera, de barrio y de identidad si hace falta. Se trababa de un ejemplar de gran cultura (por el culturismo, digo yo), con unos brazos que parecían piernas y unas venas del grosor de una tubería. Sobre la amplia superficie de su brazo izquierdo, también tatuados, dos cuervos le sacaban los ojos a un viejo. Cabeza rapada, camiseta sin mangas y, por supuesto… un carrito de bebé con una tierna criaturita en su interior, totalmente vestida de rosa y que le hacía cucamonas al interfecto. Por un momento hizo amago de llorar (la niña) y por un momento pensé si aquella “bestia” no la cogería y la sacudiría hasta desencajarle los huesecillos, pero en lugar de eso estuvo haciéndole carantoñas con una paciencia infinita hasta que ésta se echó a reír.
Y ahí estaban aquellos dos, sentados uno al lado del otro, en frente de mi, con sus carritos y sus niñas, y unos nombres de chica, también tatuados, en sus muñecas derechas, presumiblemente de sus respectivas linduras. Viéndolos así casi podría esperarse que se hubiese iniciado una conversación entre ellos: que si cuánto tiempo tiene la tuya, que si yo lo pasé fatal cuando le salieron los dientes, que si dónde le compras los pañales, que sí quién te hace esos chorreones de sangre tan logrados, que si los esteroides por aquí, que si a fulanito le partí la cara por allá…, todo de lo más normal.
Y de vuelta a pensar lo curiosos que son los prejuicios: si ves a cualquiera de esos dos entrar a tu vagón, de noche, cuando no hay nadie más, acojonan de lo lindo, y lo primero que piensas es que te van a estrujar con esos brazos y se te van a salir los ojos como a los pequineses. Pero al verlos entrar con sus carritos, la primera idea que se te cruza por la cabeza es la de ritos satánicos con sacrificios humanos y potitos caducados. Sólo después, cuando miras de verdad por detrás de los tatuajes y el excedente de proteínas, ves a dos papis tiernos, derrotados, como todos, por su progenie. Y a mi se me queda cara de gilipichis porque, como casi todo el mundo en este mundo, lo primero (y confieso que también lo segundo) que hice, fue pensar mal.