domingo, 27 de julio de 2008

Bamberg: un paseo por el medioevo

Hace unas semanas tuve que hacer un viaje de trabajo. Un grupo de medios íbamos a un pueblucho en el quinto pino, en mitad de Alemania, a visitar una planta de reciclado. El viaje en avión desde Madrid a Munich fueron dos horas, y dos y pico largas en autobús desde el aeropuerto al pueblo donde estaba la planta. La visita a la planta, con charla de la empresa, charla del director de la planta y visita a las instalaciones, fueron otras dos horitas. El pueblo en sí no era ninguna maravilla, más bien feucho, pero el lugar donde nos íbamos a alojar, a unos kilómetros de allí, era una maravilla: Bamberg.



Se trata de una pequeña ciudad alemana, perteneciente a la zona de Bavaria, aunque el guía nos explicó que la gente de Bamberg se considera pertenecientes a la Francuña. Curiosamente, es una ciudad fundamentalmente católica. Fue sede de un importante núcleo episcopal, y hubo alguna que otra desavenencia con los ciudadanos de Bamberg, a causa de que la ciudad episcopal pasó mucho tiempo sin pagar impuestos y es, a los ciudadanos, como que no les hacía gracia.



Bamberg es una ciudad medieval, según el guía que nos acompañó en la visita, la única que se mantiene prácticamente intacta en Alemania, razón por la cual, la UNESCO la ha declarado Patrimonio de la Humanidad. Además, por uno de esos exraños caprichos del destino, durante la época de la Peste, la enfermedad no atacó la ciudad, y apenas fue dañada durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Lo que se ve, al pasear por sus calles, es prácticamente lo mismo que veían los ciudadanos de Bamberg hace más de 1.000 años.



Su catedral es famosa, entre muchas cosas, por albergar la estatua del Caballero de Bamberg, una escultura que representa a un caballero a caballo desconocido, pero que está "coronado" por una representación de la Jerusalén celeste, con la que se señalaba a los santos. Junto a la catedral hay un recito, en el que actualmente se celebra en verano un certamen de teatro (llamado Calderón en homenaje a Calderón de la Barca), justo en el lugar donde antiguamente se ajusticiaba a las brujas. Nos contó el guía que, en un momento en que la población de Bamberg era de 15.000 habitantes, se llegó a quemar a 1.500 brujas.




Muy curiosa fue la relación de las iglesias con las cervecerías y las panaderías. Bueno, pues en una extensión de cinco kilómetros cuadrados (creo recordar), hay más de 50 iglesias. Pero es preceptivo que junto a cada iglesia haya una cervecería (aunque también podría ser al revés). Y es recomendable que junto a cada cervecería haya una panadería. La razón para esto es que, cada cervecería no es sólo un despacho de cerveza. En Bamberg, que para más señas es el principal consumidor de cerveza de Alemania, las cervecerías no exportan, no venden al exterior. Fabrican ellos mismo la cerveza que se destina al consumo en el bar. El caso es que descbrieron que la levadura del pan, al estar un local situado al lado del otro, favorecía el proceso de fementación de la cerveza. En concreto hay una cervecería, llamada "Schlenkerla", que aún sigue elaborando la cerveza de la misma manera que hace siglos, y ahumando el cereal con leña. Es una cerveza oscura que huele y sabe a humo, a chimenea, realmente deliciosa (puedo dar fe) y que no se sirve en cantidades menores de 1/2 litro.




Es realmente interesante encontrar una ciudad que todavía conserva la estructura gremial de antaño. Cada "barrio", por así decirlo, pertenecía a un gremio. A lo largo del río se conservan las casas, y algunos de los molinos que conformaban el gremio de los molineros. en su momento de mayor esplendor llegaron a ser casi 50, lo que denota la importancia tanto de la producción de grano como de la ciudad en sí.
A lo largo del río se encuentran las casas del gremio de los pescadores, que aún hoy día sigue activo, y compiten al modo antiguo, incluso contra otras ciudades europeas, en una forma de "lucha" que tenía lugar de pie, desde una barca, armados con un lanzón de punta roma. Evidentemente ganaba el que se mantenía sobre la barca y conseguía echar al agua al contrincate.




Actualmente también mantienen sus privilegios y ubicación los miembros del gremio de los hortelanos. Bamberg cuenta con una importante zona de huertos, que se cultivan de forma artesanal y que dan unos frutos realmente excepcionales. Los hortelanos mantienen la prerrogativa de vender sus hortalizas y frutas en el mercado de Bamberg, en mitad de una céntrica plaza pública. Sabes lo buenos que son esos productos cuando pruebas uno de sus tomates, y recuerdas al momento el sabor y el olor de un tomate de verdad.









miércoles, 2 de julio de 2008

Piensa mal...

Todos tienen su corazoncito



Indudablemente. Cuando una piensa que ya ha visto de todo, entra en el metro y se sorprende. Pues eso, que iba en el metro esta mañana, así en mis cosas (vamos, jugando con la HTC), cuando entra un tipo que parecía que se había quedado dormido encima de los fotogramas de una película gore: tatuado de arriba abajo con imágenes de miembros arrancados, demonios antropófagos y gente torturada entre otras interesantes estampas, todo ello aderezado con una más que generosa cantidad de sangre por aquí y por allá. Además de una negra camiseta bastante freek y una perilla, igualmente negra y bastante larga. Hasta ahí la cosa tampoco es tan rara, si no fuera porque iba empujando un carrito de bebé en el que asomaba una dulce y tierna criatura de rizos dorados y vestidito de flores, que parecía sentir una especial predilección por la gorra de… ¿papá? Viendo como aquellos bíceps con estampas salidas del túnel del terror mecía a aquella niñita, no se me ocurriría ponerlo en duda.
Hasta aquí un hecho curioso de los que te hacen pensar en los prejuicios y esas cosas. Pero hay algo más.
Unas pocas estaciones después, entra en el vagón un pedazo de tío de esos que cuando ves venir por la calle te dan ganas de cambiarte de acera, de barrio y de identidad si hace falta. Se trababa de un ejemplar de gran cultura (por el culturismo, digo yo), con unos brazos que parecían piernas y unas venas del grosor de una tubería. Sobre la amplia superficie de su brazo izquierdo, también tatuados, dos cuervos le sacaban los ojos a un viejo. Cabeza rapada, camiseta sin mangas y, por supuesto… un carrito de bebé con una tierna criaturita en su interior, totalmente vestida de rosa y que le hacía cucamonas al interfecto. Por un momento hizo amago de llorar (la niña) y por un momento pensé si aquella “bestia” no la cogería y la sacudiría hasta desencajarle los huesecillos, pero en lugar de eso estuvo haciéndole carantoñas con una paciencia infinita hasta que ésta se echó a reír.
Y ahí estaban aquellos dos, sentados uno al lado del otro, en frente de mi, con sus carritos y sus niñas, y unos nombres de chica, también tatuados, en sus muñecas derechas, presumiblemente de sus respectivas linduras. Viéndolos así casi podría esperarse que se hubiese iniciado una conversación entre ellos: que si cuánto tiempo tiene la tuya, que si yo lo pasé fatal cuando le salieron los dientes, que si dónde le compras los pañales, que sí quién te hace esos chorreones de sangre tan logrados, que si los esteroides por aquí, que si a fulanito le partí la cara por allá…, todo de lo más normal.
Y de vuelta a pensar lo curiosos que son los prejuicios: si ves a cualquiera de esos dos entrar a tu vagón, de noche, cuando no hay nadie más, acojonan de lo lindo, y lo primero que piensas es que te van a estrujar con esos brazos y se te van a salir los ojos como a los pequineses. Pero al verlos entrar con sus carritos, la primera idea que se te cruza por la cabeza es la de ritos satánicos con sacrificios humanos y potitos caducados. Sólo después, cuando miras de verdad por detrás de los tatuajes y el excedente de proteínas, ves a dos papis tiernos, derrotados, como todos, por su progenie. Y a mi se me queda cara de gilipichis porque, como casi todo el mundo en este mundo, lo primero (y confieso que también lo segundo) que hice, fue pensar mal.